«¡Manos arriba, esto es un atraco!...» es la amenaza del ladrón cabal,
aquel que tiene en buen concepto el nombre de su oficio legendario que, en el
curso de la Historia, le une a los bandoleros de Sierra Morena, a Tempranillo y
sus huestes (ahí es nada) o a los forajidos del Far West, que entre los malos eran malos, malísimos. «¡Manos
arriba, esto es un atraco!...» es la consigna que cantan las hinchadas cuando
juzgan que un árbitro está favoreciendo con el silbato y las tarjetas de
colores al equipo contrario. «¡Manos arriba, esto es un atraco!» es la salmodia
de los aficionados del 7, llegada la Feria de San Isidro, a la que unen la
pañolada verde para exigir la devolución de un morlaco y otro, hasta que se
queden vacíos los infinitos chiqueros de Las Ventas.
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Correo de Andalucía.
Al menos, a quien emplea frase tan elocuente no puede echársele en cara el
adjetivo de traidor, porque avisa, vaya si avisa, de cuáles son sus
intenciones. Sólo a los insensatos se les ocurre bajar los brazos si el
delincuente le sorprende en la fila de la caja del banco. Por eso esta
larguísima época de chorizos habituales vestidos de sastre y corbata de nudo
grueso; ladrones de mano larga, chusca y chantajista; cuatreros que escriben y
aprueban las leyes que van a saltarse gracias al amparo de sus puestos
públicos; sinvergüenzas que le sacan la hijuela al ciudadano en impuestos de
los que se quedan con un mordisco generoso; malnacidos que otorgan concursos y licitaciones
a cambio de un sobre bien preñado; miserables que trabajan en la oscuridad de
la amenaza mientras sonríen en los carteles electorales; sabandijas con mesa
habitual en restaurantes Michelin, vacaciones pagadas, primera clase en los
aviones y hoteles de lujo… se me antoja ayuna de clase entre quienes viven
engolfados a costa de la buena fe de la gente honrada.
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