El hombre fisiológico
viene a compensar al hombre espiritual. Ambas realidades son magnas, pues le
ponen nombre a quien fue capaz de sacarnos del barro y la costilla. Esa doble
cara de la moneda hace posible que las capacidades, a veces sobresalientes, de
nuestra inteligencia no se nos suban a la cabeza, pues estamos atados a los
órganos y funciones propias de los mamíferos, algunas de ellas ciertamente
comprometidas.
Carlos Herrera, que
con su estilo radiofónico hace historia —comparable a la de Luis del Olmo y a
la de Bobby Deglané—, ha abierto las puertas a las grandezas del ingenio y a
las bajezas de la fisiología en la voz de sus cientos de miles de oyentes. Es
lo que ha venido a titular “La fosforera” o “La hora de los fósforos”.
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Aunque hay mañanas
en las que la actualidad obliga a la redacción de Herrera a proponer, para los
testimonios del pueblo, alguna circunstancia pegada al dolor y a la emoción, lo
habitual es el despiporre, que por mayoría abrumadora suele girar en torno a la
nombrada fisiología: pedos, cacas, pises, toses, esputos, sudores, almorranas,
halitosis, caspas, ceras, mocos y demás realezas son el ir y venir en el que
nadan los radioyentes que comienzan por declararse «fósforo de tu
programa». Otras veces se les sugiere lo más rijoso del salto de cama,
baraja que va desde la experiencia con el Viagra a anécdotas relacionadas con
las señoritas de bolso y esquina.
Uno se solaza con
el desparpajo de muchas de las personas que aparecen en las ondas, aunque en
ocasiones sea mayor el peso del azaro y la vergüenza ajena. Olvidan los oyentes
de Herrera que el pudor es virtud. Y en la mayoría de las ocasiones, todo un
arte.
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