Tenía catorce años
cuando a través de un programa de televisión conocí a Leonard Cohen. Celebraba
su regreso a la música después de un largo retiro. Me bastó que sonaran algunos
acordes de <<Dance me to the end of love>> para saber que aquel era
mi cantante, que aquella era mi música, a pesar de que LC no vestía, ni
peinaba, ni bailaba ni se comportaba como los personajes del star system.
Comprendí que no iba a importarme si aquel judío triunfaba o no triunfaba con
su <<Various positions>>, si entraba en los listados de
los más vendidos o si se vería obligado a regresar a su ratonera con el fracaso
de su voz amarga. Había llegado a mi vida y eso, lo comprenderán, era lo único
importante.
No tardé en
preferir la primera época de Cohen, antes de que acompañara sus canciones con
los artificios de los instrumentos enchufados. Me gusta LC en la desnudez de su
guitarra española, en la compañía de sus coros femeninos, tan sugerentes, en la
de algún otro instrumento de cuerda que resalta —en todo caso— la sensación de
lluvia gris de sus mejores temas. Su voz, por aquel entonces, era un poco más sutil.
Pero también me conquista el viaje otoñal que ha clausurado con una última
palada de tierra sobre su propia tumba. Me gusta <<You want it
darker>>, en la que los susurros parecen brotarle del tuétano de los
huesos.
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Leonard Cohen era
un tipo extraño. Mujeriego y extraño. Depresivo y extraño. Irónico y extraño.
Errado y extraño. Su mirada de párpados laminados construía un mundo
incompatible con la cima del éxito, esa “torre de la canción” a la que ascendió
a pesar de no contar con uno solo de los rasgos esperables en un triunfador. En
sus conciertos no cabían artificios: ni juegos de luces, ni lluvia de confeti
ni finales arrebatadores: un lugar principal para el coro; un lugar principal
para la mandolina y Leonard Cohen, con sombrero y
sin sombrero, el micrófono siempre pegado a la boca como un anzuelo que
estuviese rompiéndole el cielo del paladar.
<<Suzanne>>
es su canción más famosa y enigmática. <<Last year’s man>> la más
hermosa. Aún no he terminado de desentrañar el significado de sus versos, los
motivos por los que las escribió y, más importante aún, la razón por las que
las escucho sin cansarme desde mi primera adolescencia.
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