Leo (con bastante
suspicacia) en una revista de divulgación, que en el año 2050 nos alimentaremos
de comida elaborada en tres dimensiones por impresora. Ya no necesitaremos
fogones, hornos ni canales-cocina que nos enseñen a limpiar el pescado, porque
éste procederá de una pastilla ajena al mar, confeccionada con algún material
extraño que, tras pasar por el láser manejado sin cables, sabrá y olerá como la
merluza de pincho.
Mal presagio para
quienes han encontrado en el negocio de la alimentación una bicoca. Si España
abandera la industria del restaurante, echemos a correr antes de que el
manubrio deje de dar vueltas. Sabemos que nuestros chefs de oro son contados, selectos,
bien identificados y dueños de locales en los que resulta casi imposible
reservar y pagar una mesa. Eso sí, la popularización que les conlleva salir con
tanta frecuencia en televisión, ha favorecido la multiplicación (como
champiñones) de un marasmo de salas de comidas en las que se mezcla la calidad
con la pretensión, el arte con el burdo intento de reproducir una espuma de
tortilla de patata sin el tempo, la gracia ni la oportunidad, cuando aquel que
la inventó anda en otra cosa, no sé, dándole sabor de gazpacho a tocones de
madera.
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Pero a la multitud
le cautivan las promesas de la ciencia informática, capaz de programar una vida
que ya no es vida. ¿Comer en tres dimensiones?... ¡Ja! ¿Acaso no lo hacemos
desde que nuestro primer abuelo, en la noche de los tiempos, mascó una raíz? Lo
que nos asombra es lo otro: que el alimento lo elabore una impresora y no el
arte de unas manos sabias. El menú de la semana de las generaciones venideras
lo completará una máquina sin alma, cuya materia prima consistirá en resmas que
escupen espaguetis. Para entonces el mundo estará tan tecnificado que no
quedará el recuerdo de las abuelas que dedican la tarde de los sábados a
preparar el guiso de los domingos.
Lo humano es la
mesa que reúne a toda la familia, en la que apreciar los sabores que pasan de
padres a hijos tiene la fuerza del misterio, un eco parecido al de la genética
por la que heredamos el color de ojos, una complexión, un modo de hablar, unas
aficiones distintas a la uniformidad de los unos y los ceros.
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