El anonimato es la
careta de los cobardes. Oculto por una pantalla, sin dejar registro de una
identidad reconocible, no tiene mérito jugar a ponerse el mundo por montera,
soltar proclamas incendiarias, tratar de partirle la cocorota al que piensa y
opina en un elegante uso de la libertad. Por eso los foros de internet –esa
ristra de comentarios que cuelgan de muchos diarios de la prensa digital como
colofón de artículos y reportajes-, que deberían ser la alternativa a la
sección de cartas al director (sin el filtro de quienes tenían por encargo
disfrazarse del boss de la gaceta de
marras, aunque recién hubiesen finalizado sus estudios de periodismo), son el
frente sur de los matones de pasamontañas, capucha y manos enguantadas con las
que aporrean frenéticamente el teclado del ordenador, convencidos de que
pasaran a los anales de la perversión libertaria, de la historia del troll, monstruo de los cuentos eslavos
que vive en cuevas repletas de detritos y destina la mayor parte de su tiempo a
comerse los mocos.
Tengo amigos que entregan
algunas horas de la semana a enfrentarse a esos bichos de ojos idiotizados cuya
vida ha tomado las curvas mareantes de la arroba, sin calcular que en el toma y
daca se van transfigurando en la misma especie, a pesar de que se resistan a
utilizar el exabrupto, la palabrota, la amenaza y hasta la maldición, islas en
el mar podrido sobre las que caminan los bárbaros del comentario.
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Amenazas, insultos
a la madre que te parió, burlas, desdenes y hasta deseos de muerte son los
cardos con los que los susodichos trolles
confeccionan sus ramos de carroña, literatura necia muchas veces plagada de
faltas ortográficas y errores de gramática y sintaxis. ¿Qué se puede esperar de
un memo con vocación totalitaria?
Importantes
cabeceras de la prensa internacional han limpiado sus medios de las manchas que
dejan semejantes lectores. Y sus periódicos y revistas parecen volver a lo que
fueron, elementos de información y debate, no callejones por los que ruedan los
cubos de basura y maúllan los gatos antes de que unas manos negras los
despellejen.
Vuelvan luz y
taquígrafos, pero sin la larga cola de los ultrajes y las intimidaciones. La
prensa es otra cosa.
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